«¿Pero dónde está? Estaba aquí, en esta sala». Miriam, con prisa, miró extrañada para un lado, para otro, giró sobre sí misma, escaneando cada vitrina con la mirada, y no la vio. Alterada, se acercó a la auxiliar de sala que caminaba pensativa a algo más allá de diez metros. La reverberación de un estresante taconeo avanzando hacia ella devolvió a la muchacha abruptamente a aquella galería pública.
—Señorita, disculpe, por favor, ¿dónde está la pieza que estaba en aquella vitrina? —preguntó Miriam, señalando con todo su brazo derecho extendido.
—¿La del registro de Nimrud? —contestó la joven con una sonrisa cómplice en los ojos.
Miriam, complacida, sonrió y asintió con la cabeza. Cuando llegó ante la tablilla se quedó observándola con un sentimiento de gran devoción. Aquel resto arqueológico tenía un gran valor para ella. Ella había conseguido ser jueza.
Aquella tarde, Miriam había tenido que forzar un hueco en su agenda para visitar el museo arqueológico de su ciudad. Al entrar faltaban tres cuartos de hora para que cerrasen, y cuando no había visto la pieza expuesta en su vitrina habitual, un relámpago de nervios le había recorrido la parte baja del abdomen. Y es que Miriam solo iba a ver esta pieza el día que su abuela hubiera cumplido años. Formaba parte de una ceremonia que había empezado el año en el que había aprobado las oposiciones para juez, y, en agradecimiento a ella, Miriam había decidido comenzar esta costumbre cada 8 de marzo. Era su manera de honrar los talentos y grandes sacrificios de su abuela, una mujer justa y juiciosa.
Aquel registro era más que un vestigio del pasado. Le gustaba imaginar que, hace más de tres mil años, otra mujer también había estudiado leyes y dictado sentencias. ¿Cuántas más habrían existido antes de que sus nombres se borraran de la historia?
Allí, por fin, y ante una tablilla con escritura cuneiforme de la antigua Mesopotamia, la eternidad se hacía presente. Miriam sentía una gran emoción de casi palpar que otra mujer, sin faz, jueza como ella, y hace más de tres mil años, aplicaba leyes y pronunciaba sentencias. «El tiempo y los diferentes escenarios. El devenir y la historia. Qué cosas». Hoy en día, poca gente sabe que, en tiempos remotos, la mujer tenía unos derechos por los que en el presente las mujeres siguen luchando día a día. Las mujeres de la antigüedad no solo impartían la ley, sino que también cuidaban de los templos, organizaban el culto y reinaban. También recibían herencias, gestionaban su propio patrimonio, administraban sus propios negocios, y muchas sociedades y pueblos eran matrilineales. Incluso, según en qué lugares, las mujeres podían tener dos maridos. Estos eran los tiempos de la Diosa Madre y en el que las mujeres eran libres. Algunas incluso eran guerreras, amazonas. Unos tiempos en los que la mujer no tenía que estar constantemente esforzándose por priorizarse ni demostrar su valía.
Pero a Miriam le había tocado vivir en un tiempo en el que, como un bombardeo, publicitaban y vendían que teníamos la fortuna de estar en una sociedad de progreso, y, sin embargo, las mujeres en el país de su abuela, uno occidental, no pudieron ser juezas hasta hace algo más de medio siglo. Tampoco pudieron abrir su propia cuenta bancaria sin el permiso de un hombre hasta recientemente. «Hemos ido en retroceso. Para atrás como los cangrejos. Qué injusto, y qué triste. Qué sinsentido. Qué vida esta».
Las luces se fueron atenuando y una voz de mujer, por megafonía, anunció:
—Por favor, vayan desalojando las salas. El museo cerrará en diez minutos.
Miriam mantuvo la mirada fija en la tablilla durante unos segundos. Alzó la mano y, con la yema de los dedos, acarició el cristal de la vitrina en un gesto leve. Se despidió. Exhaló despacio y se giró hacia la salida.
¡Feliz día de la Mujer!
María Reino
«Es probable que la opinión dominante, que la mujer fue creada para el hombre, haya surgido del poético relato de Moisés; no obstante, como se da por sentado que muy pocos han dedicado algún pensamiento serio al asunto, siempre se ha creído que Eva era, literalmente, una costilla de Adán; debe permitirse que la deducción se desmorone; o solo se admita para probar que al hombre, desde la antigüedad más remota, le pareció conveniente ejercer su fuerza para subyugar a su compañera y utilizó su invención para mostrar que esta debía doblar su cuello bajo el yugo; porque tanto ella como toda la creación se originó de la nada para su conveniencia y placer». Vindicación de los derechos de la mujer, Mary Wollstonecraft. 💜
¿Sabías que Mary Wollstonecraft fue madre de Mary Shelley, la autora de Frankenstein?
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