Había una vez una pareja de jóvenes amerindios que decidió embarcarse en una nueva aventura: navegar en canoa por el río. Para el viaje, escogieron una embarcación que tenía el tamaño ideal para acomodar a los dos: ni muy grande ni muy pequeña, lo justo para sentir que estaban juntos pero sin estrecheces. Esta pareja estaba formada por dos individualidades, dos iguales, y cada uno llevaba su propio remo.
Partieron muy entusiasmados de la ribera que bañaba la orilla de su poblado, remando de manera ordenada y coordinada, en completa sintonía. Pareciera que ya hubieran navegado juntos antes, pero no, era su primera vez.
Fluían por el río tranquilamente cuando, de repente, vieron que más adelante tenían que atravesar una cueva. Al adentrarse, se asustaron: no podían verse debido a la oscuridad, cualquier movimiento en falso provocaría desestabilizarse y caerse de la canoa. Caer al agua en la oscuridad de una cueva no era lo más deseable. Así que, de manera instintiva, y al unísono, sintieron que lo mejor era mantenerse quietos y en silencio sobre la canoa, sosteniendo cada cual su remo, y dejarse llevar. Permanecer en quietud, entregarse al fluir de la corriente y confiar era lo más acertado que podían hacer en ese momento si querían atravesar juntos con éxito la oscuridad de la cueva.
No obstante, transitar por aquel interior les permitió desarrollar unos sentidos que muchas personas poseen pero que no utilizan. Cuando la oscuridad, la quietud y el silencio se alían, se abre la posibilidad de percibir al otro y el entorno de una manera más sutil, fomentando una escucha y una percepción más profunda. Darse cuenta de ello, y ponerlo en práctica, contribuye a ganar consciencia y sabiduría sobre uno mismo, el prójimo y la situación.
Llegó el momento en el que esta pareja de enamorados salió de la cueva. Al principio, la luz les cegó y les llevó un tiempo acostumbrarse a la claridad. Después, ambos observaron que todo cobraba más intensidad a la luz del día: los colores, las formas, los aromas, el canto de los pájaros… Descubrieron una nueva dimensión de todo lo que les rodeaba y sintieron que la vida era aún más hermosa.
Y así continuaron juntos, navegando de manera equilibrada, equitativa y alegre sobre la misma canoa y sin apenas esfuerzo; pareciera que llevaran toda la vida haciéndolo.
Más adelante, río abajo, la pareja atravesó unas aguas de una tonalidad verde resplandeciente, menos profundas y cristalinas. Aquella visión era preciosa, un espectáculo de color, agua y luz que los dejó maravillados. Para su asombro, en el fondo del río ¡había esmeraldas! Durante un buen rato no pudieron apartar su mirada de esas piedras preciosas. Estaban magnetizados. Sin embargo, las esmeraldas estaban allí por algo en particular, tenían un para qué: conectar con su corazón. También, debían evitar cogerlas. Lo bello y lo bueno de la vida no están para ser poseídos, sino para ser admirados y sentidos en el alma; y desarrollar un sentimiento de agradecimiento es, además, de vital importancia.
Esta pareja de aventureros disfrutó tanto de su experiencia que no dudó en repetir el mismo trayecto una y otra vez: partir de la orilla del pequeño poblado donde vivían junto a otros, atravesar la oscuridad de la cueva, salir de nuevo a luz para terminar navegando sobre el fondo de las tentadoras esmeraldas. Con el tiempo, adquirieron una especial destreza en recorrer juntos cada etapa del viaje, lo cual causó que su navegar en canoa fuera aún más estable y su unión más fuerte. En cada travesía, ambos tuvieron la oportunidad de conocerse un poco, o mucho, más y crecer juntos.
Y un día, el Sol, por hacer de su aventura un arte, les premió. Y es que más allá del tramo de las esmeraldas existía una tierra muy fértil y próspera, ideal para cultivar. El Sol les regaló aquella tierra: un lugar donde construir su hogar, cálido y acogedor, lleno de vida. Un hogar donde reinaba el equilibro y la belleza alcanzaba su máxima expresión. Una tierra donde vivir juntos y ser felices para siempre.
Os deseo una productiva luna nueva en Acuario,
María Reino
Hoy, 29 de enero, tenemos una luna nueva muy especial: en Acuario. La luna nueva simboliza un nuevo comienzo y Acuario representa el cambio y la innovación. La luna nueva en Acuario de hoy te invita a alumbrar a un nuevo yo, el más esencial; dar a luz a la estrella que eres.
Despierta a la nueva realidad. Para ello, es necesario dejar morir lo antiguo, dejar atrás ese viejo yo regido por mandatos familiares y obsoletas creencias que te impiden ser tú mismo.
Da la bienvenida con alegría a tu nuevo yo creativo y libre, tu yo más auténtico. Conecta con tu verdadero valor. Solo de ti depende, tuyo es el poder transformador.
Nacer, morir, renacer: el eterno ciclo de la vida. Es sabido que, para renacer a algo más grande, es necesario que algo muera primero. Nacer y morir comportan enormes sacrificios, pero ser valiente siempre es premiado.
Para terminar os dejo con este poema de Rubén Darío:
Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.
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