9/27/2023

Las patitas de la hormiguita



           Todas las mañanas, la señora gnoma salía a la entrada de su casa para ver quién necesitaba de su ayuda. Siempre había alguien que desfilaba por delante de su puerta pidiendo auxilio para paliar su dolor o encontrar remedio a su malestar. Vivir en el bosque a veces provocaba magulladuras y heridas si no prestabas la debida atención al caminar. La señora gnoma no tenía que hacer nada más que apostarse en el umbral de su casa y esperar a quien mirase hacia su puerta. Todos en el bosque sabían de sus remedios a base de ungüentos, pomadas, hierbas e incluso canciones.

La señora gnoma vivía en el interior del tronco de un árbol que había sido talado hacía mucho tiempo. La entrada a su casa tenía unas cortinas del verde musgo que colgaban de un dintel recto tallado en la madera del antiguo árbol. Todo el bosque sabía dónde estaba su casa, subiendo la cuesta de un antiguo camino por el que antiguamente gigantes viajaban de un lugar para otro, y en el cual ya solo quedaban restos de piedras de la antigua calzada.

Un día, una fresca mañana de finales del verano, uno de esos días en los que repentinamente se nos susurra en la piel que la época estival está llegando a su fin, una hormiga caminaba por delante de la casa de la señora gnoma quejándose de sus patitas. Había estado trabajando duro durante el verano, tanto que sus finitas patitas se habían resentido seriamente por transportar hasta cincuenta veces su peso. El calor y la sequía del verano habían empeorado las condiciones de trabajo de las hormigas en general y esta hormiguita sentía que con sus extremidades ya no podía caminar más. Cada paso que daba se convertía en un suplicio, incluso alguna vez le había brotado alguna pequeña y espontánea lágrima del dolor que sentía. 

Pero, a ver, qué iba a hacer, era una hormiga obrera y ya se sabe que esta clase de hormigas deben trabajar hasta la extenuación. Tumbarse a descansar durante el verano no es una opción para ellas. Durante esta estación, las hormigas obreras deben buscar todo el alimento posible por el bosque para llevarlo al hormiguero con el fin de almacenarlo y tener provisiones para el largo y duro invierno. Su trabajo del día no se quedaba aquí, al final de cada jornada, tras un sofocante día de calor y trabajo, las hormigas tenían que organizar el almacén, limpiar y recoger el resto del hormiguero. El orden es de suma importancia, si no ¡imaginaos con toda la comida que entra en un hormiguero! 

Cuando las hormigas, por fin, se iban a la cama, estaban tan muertas de cansancio que antes de que sus cabecitas tocasen la almohada, estas ya se habían quedado dormidas; debían aprovechar el poco tiempo de sueño que tenían, solo podían dormir cuatro horas cada noche. Había que sacar el máximo rendimiento de todas las horas de luz del verano para trabajar, claro está.

Pero esta agotada hormiguita que se había presentado ante la señora gnoma sentía sus patitas destrozadas, hechas jirones, ya no solo por el esfuerzo físico, sino también por la monotonía con la que vivía el día a día. No podía más, y esto era un gran problema. Durante los meses de verano, a las hormigas trabajadoras no se las permitía sentarse o tumbarse durante las horas de sol, no podían echarse una siestecita, tampoco podían sentarse ni siquiera para comer, tenían incluso que ir masticando mientras caminaban por el bosque en busca de la comida con la que debían aportar al gran almacén del hormiguero. Había que trabajar, trabajar y más trabajar. Estaba muy mal visto parar, te podrían considerar una holgazana, y echarse este sambenito encima era después harto complicado quitárselo de encima, por no decir imposible. Además, había otras compañeras, las hormigas soldado, que se aseguraban de que ninguna hormiga se quedara por ahí en el bosque remoloneando. Las hormigas obreras son trabajólicas; tampoco tienen otra opción, siempre están en movimiento, de un lado para otro a lo largo y ancho del bosque en busca de alimento.

Pero esta hormiguita no podía caminar más, ¡estaba exhausta! Y también estaba muy preocupada porque si paraba ¿cómo la tratarían sus compañeras?, ¿la expulsarían si no aportaba más comida al hormiguero?, ¿la declararían inútil? ¿Habría alguna pequeña y excepcional posibilidad de quedarse unos días dentro del hormiguero a descansar en su camita mientras otras continuaban trabajando? Nuestra hormiguita tenía tal dilema, tal desazón por este discurso interior suyo que pronto sintió que su valor se diluía por sus machacadas patitas.

La señora gnoma, al ver sus extremidades, no necesitó preguntar más. 

—Ven, entra, querida, que pondré uno de mis ungüentos en tus pobres y doloridas patitas después de bañarlas. Pasa, amiga, te ayudaré con el dolor —le dijo muy amablemente la señora gnoma.

Cogió algo del musgo encaramado a la fachada de su casa y se lo puso como suela en cada una de sus patas, amarrándoselo con unas hebras que se arrancó de sus cabellos y que colocó como si fueran las tiras de unas sandalias. 

—Con esto seguro que sentirás bastante alivio al pisar. 

La hormiguita, la pobrecita, se dejó cuidar, se encomendó a esta sabia curandera del bosque, una gnoma que, aunque tenía la apariencia de una mujer madura de unos cincuenta años, en realidad, según se contaba en el bosque, había convivido con unos gigantes que existieron en la Era Antigua. Nadie sabía la edad exacta, pero se calculaba que podía tener más de quinientos años, quizá más. Siempre había vivido en este bosque y se lo conocía al dedillo, ningún rincón era desconocido para ella y todos los linajes le eran familiares. Tenía un semblante muy afable y cuando te acercabas a ella, su olor corporal desprendía una refrescante fragancia a flores de jaboncito artesanal, de estos que antiguamente usaban las abuelitas. Tenía, además, la melena corta, sin llegar a rozar los hombros, medio canosa y abundante, sus cabellos eran suaves y a la vez fuertes, su piel era rosada y cuando se ruborizaba, sus mejillas y su barbilla se encendían y mutaban al color de las bayas rojas silvestres. Sus ojos eran grises claros con el brillo de las estrellas en invierno, y al mirarlos, podías ver tanto la historia de todo el bosque como todas las lecciones aprendidas de todos los seres que habían habitado allí desde el comienzo de los tiempos. Podía resultar intimidante quedarse mirando a los ojos de esta sabia dama del bosque. Era una mujer que, sin estar delgada, tampoco se podría decir que fuera gruesa, y para ser gnoma no era bajita. 

Una vez dentro de su hogar, y en sus manos, la hormiguita fue invitada a sentarse en una muy cómoda butaca mientras la señora gnoma preparaba un agua en el fuego con el que bañaría sus patitas. Su hogar era no muy grande pero sí espacioso, y la madera de suelos y paredes aportaba una calidez y una envoltura que ya solo por estar dentro, una podía sentir una calma y una seguridad de que, pasara lo que pasase, todo iría bien.

Estando ya sentada en la butaca, la hormiguita cayó en la tentación de echarse una cabezadita, sus ojillos se entornaron involuntariamente. De fondo, oía a la señora gnoma tararear una bella melodía mientras echaba una serie de hierbas al agua que calentaba y removía, parecía que las hablase a través de su melodioso tarareo. Contemplando a la señora gnoma en este cálido ambiente, la hormiguita entró en un estado soñoliento en el que todas las preocupaciones de la cabeza en las que últimamente andaba desaparecieron. La melodía de la señora gnoma era muy placentera y sumió aún más a la hormiguita en un relax en el que le era imposible mover cualquier extremidad o incluso articular cualquier palabra. El asiento de la butaca era mullidito y aportaba un calorcito templado y constante. La señora gnoma la había fabricado ella misma tomando los restos de la lana de unas ovejas a las que habían esquilado a finales de la anterior primavera y que encontró tirados en la orilla del río. Mientras la hormiguita disfrutaba de su estado de descanso, observaba por sus entreabiertos ojillos a la gnoma echar también una especie de sales en aquel caldero. Ya casi estaba listo.

Al rato, la señora gnoma colocó un barreño a los pies de la butaca en donde vertió el agua hirviendo con la mezcla de todo lo que había cocido.

—Aún no metas las patitas —le advirtió la señora gnoma—. Podrías escaldarte. Lo que sí puedes hacer mientras el agua se templa es respirar el vaho. Te calmará la mente primero. Puedo percibir que tienes la cabeza tan recalentada como tus patitas —continuó diciendo la señora gnoma.

La hormiguita al escuchar la palabra escaldarse pensó: «mmm, interesante palabra». Abrasadas, así es como se sentían sus patitas tras el largo verano.

Cuando el agua ya estuvo lista, ideal de temperatura, un poquito caliente, la hormiguita, con la ayuda de la señora gnoma se incorporó y se metió en aquella tina ovalada de plata. Al introducir sus seis patitas, y tras deshacerse del vendaje de musgo, una sensación de gran alivio recorrió todo su cuerpo, tanto que las antenas de su cabecita, que le servían para orientarse por la vida y siempre mantenerse en el camino, recobraron la vitalidad que tenían en primavera y se enderezaron como si una energía vital las recorriera.

La señora gnoma al verlo, sonrió y dijo:

—No es nada grave, lo de siempre, os pasa a muchas, pero debes tener cuidado, amiga, y no extenuarte o las consecuencias podrían ser graves la próxima vez, especialmente cuando han pasado varios veranos y estos van siendo cada vez más calurosos. Si quieres disfrutar de tu comida cuando llegue el invierno, debes tomártelo con más tranquilidad, de lo contrario podrías no llegar a contarlo.

Tras el baño de sus patitas, la señora gnoma, con sus finas manos, secó sus pies con una suave toalla color vainilla y le cortó las uñas. En una de sus patitas se le había hecho un uñero, y tras curarlo, le masajeó sus tarsos, tibias y espolones con un ungüento que ella misma había preparado, por supuesto, a base de manzanilla y caléndula. Con aquel masaje, la hormiguita sintió cómo la sangre le circulaba de nuevo por sus patitas. ¡Qué gran alivio! Era como si respirase de nuevo un aire limpio. La hormiguita, ahora sí, en muchísima mejor condición física, pudo ponerse de pie ella misma y dándole las gracias a la señora gnoma desde el corazón, sin necesidad de articular palabra, se marchó rumbo a su hormiguero. 

Una vez fuera, se dio cuenta de que el día estaba llegando a su fin, ya no se veían los colores anaranjados y rojizos del crepúsculo veraniego, en su lugar, había comenzado a lloviznar y a calar todo el bosque con la humedad otoñal, esta que tanto refresca nuestro interior tras los calores del verano. Las lluvias de otoño llegaban y con las aguas el ritmo de trabajo iba aminorando poco a poco, día a día. La hormiga sintió las primeras gotas del otoño como un bálsamo para su alma. Esa noche por suerte podría contar con una hora más de sueño. Los días comenzaban a ser más cortos y las noches más largas.



Feliz tiempo de equinoccio otoñal,

María Reino


Fotografía del tronco talado de portada: María Reino

9/16/2023

Panes sin sal




    Hace mucho tiempo existió un país en el que la sal dejó de formar parte del pan. Todo empezó cuando un buen día se corrió la voz de que la sal en el pan no era nada buena para la salud de las personas. No solo se apuntó a los efectos secundarios del consumo de la sal en pan, sino a los estragos que podía llegar a causar en el sistema sanitario de aquel país, la verdadera joya de la corona según su primer ministro. 

Pronto se hizo hincapié en el desuso de la sal en el pan denostando su consumo a través de los medios de comunicación, redes sociales y publicaciones con nombres científicos sonantes que vinieron a avalar “lo cierto” de estas aseveraciones hechas por el mismísimo ministro de sanidad. También se contrataron a personas anónimas para que predicaran en las comunidades de vecinos, terrazas de bar, parques y reuniones familiares rumores sobre otras consecuencias que el consumo de la sal en el pan podía llegar a causar, ya que por supuesto conocían a Fulano, Mengano o Futano y lo enfermo que se había puesto por tomar pan con sal, llegando incluso a estar hospitalizado varias semanas bajo un severo programa de desintoxicación. Estas historias de veras daban mucho juego, era sabroso material para difundir a través de whatsapps, mensajes y conversaciones de teléfono y portal.

Al principio la sociedad, sorprendida, se vio ante una avalancha de no saber qué hacer, porque por un lado era gente panera, es decir, no solo su dieta se basaba en pan, sino que además le encantaba, no solo por su gusto en las papilas gustativas, sino porque además, ya lo habían tomado sus padres, sus abuelos y todos sus ancestros. Esta situación les pilló a todos desprevenidos, y aunque reacios por prescindir de este ingrediente tan básico en su alimentación, porque qué es un pan sin sal, había mucha desconfianza sobre todo lo que se estaba diciendo y especulando con la sal en el pan. 

Las reacciones fueron de lo más variopintas. Hubo gente que vio verdaderos planes conspiranoicos detrás y otros, que por su cuenta enseguida renunciaron a este ingrediente, hasta ahora básico, del pan. Estos voluntarios fueron el desencadenante del siguiente paso. Después de estar un mes comiendo pan sin sal, dichos atrevidos se mostraron felices como perdices ante las cámaras de televisión y demás canales de Internet alegando que notaban cierta ligereza al haber mejorado su sistema circulatorio; su salud definitivamente había mejorado por no comer pan con sal. Sus testimonios no hicieron otra cosa que refrendar todas las publicaciones de sonantes y rimbombantes estudios científicos hechos en el extranjero por tal y cual laboratorio, y además fueron usados también como argumentos en los medios de comunicación que sonaban al unísono en todas las cadenas y medios informativos de, como coloquialmente se conoce, la caja tonta.

La gente, todavía incrédula, seguía comprando su pan como siempre, con sal, hasta que una mañana, cuando despertaron, las noticias arrancaron anunciando la muerte de un anciano que llevaba toda su vida consumiendo pan con sal. A partir de entonces, todos los días, las noticias se colmaban de gente que había muerto por el mismo motivo creando una alarma social que llevó al primer ministro a tomar medidas en el consumo. La gente sintió miedo y comenzó a comprar pan bajo en sal, por si acaso.

Los panaderos, ante esta situación alarmante en escalada, pegaron carteles en los escaparates de sus panaderías anunciando las ventas de sus panes bajos en sal, alguno sin sal y otros con ingredientes sustitutivos hasta ahora nada conocidos que prometían ser la panacea. Algunos llevaban chía, otros sésamo, otros semillas de calabaza, todo lo que fuese para hacer atractivo el pan y camuflar la falta del ingrediente básico: la sal; porque ¿qué es un pan sin sal?

Las noticias, los rumores, las publicaciones, las imágenes tremebundas sobre las "consecuencias" de la sal en el pan abrumaron a la sociedad de aquel país hasta tal punto que el primer ministro no tuvo más remedio que prohibir Dios mediante Real Decreto el consumo de la sal en el pan, ampliando estas restricciones, por supuesto, a la venta de la sal.

La gente de este país, estupefacta, acató sin más estas nuevas restricciones; al fin y al cabo era por su bien. No se ofreció otra alternativa y además, las penalizaciones por el uso de la sal llegaron a ser costosas, de miles de euros e incluso de penas de cárcel. Por todos lados, había policía asegurándose de que la población acataba las nuevas directrices en sus compras. Hubo algunos habitantes que vieron estas medidas ilógicas, absurdas además de servir de mecanismo para infundir miedo a la gente de aquel país. Este grupo fue calificado de rebelde, insurrecto y poco a poco fue, no solo apuntado con el dedo en sus respectivos vecindarios, lugares de trabajo e incluso núcleos familiares sino que paulatinamente fueron aislados bajo el cartel de los raros, los que no querían ver y no se atenían a la lógica, la razón: “la evidencia científica”; cuando en realidad estos cuantos solo intentaban dilucidar el uso de la sal de forma responsable sin paranoias. Pero esto no interesó en absoluto, no convenía, lo fácil fue la prohibición y señalar con el dedo acusador. Y fue así como estos pasaron a ser los negacionistas, los apestados, los bebelejías al uso, los apartados de la sociedad… viéndose obligados a replegarse a los bosques de las montañas donde realmente se sintieron refugiados.

El resto, la gran mayoría, consumió el pan sin sal, y aunque era obvio que este hecho apenó a la gente en mayor o menor grado porque les dejaba el estómago con una sensación así, como sin gracia, lo cierto es que estas personas fueron progresivamente sintiendo una tristeza y un vacío en su interior difícil de explicar. Los panaderos, consumidores también del pan, se percataron de este vacío al consumir durante un prolongado tiempo el pan sin sal, y emprendieron la creación de panes de todas las formas posibles, e imposibles también, usando diferentes harinas, decorándolos con diferentes y diversas semillas. Una loca carrera en la venta de estos panes que provocó, claro está, la subida del precio de algo tan básico: el pan. Triste, pero la creatividad quedó supeditada a enmascarar la carencia de su ingrediente principal: la sal. Incluso las bolsas de las panaderías se vendieron transparentes, para así desviar el vacío sintiente hacia un transitorio orgullo del consumidor por el pan comprado. Ingredientes que hacía tiempo habían caído en desuso hacía una o quizá dos generaciones se volvieron a utilizar. Regresó algo que llamaron y se parecía a la masa madre, e incluso apareció también algo que denominaron masa padre, y en la prensa aparecieron artículos que avalaban el uso de este tipo de masas en el consumo del pan, haciéndolo aún más auténtico. Como por arte de magia aparecieron bloggers, gente corriente que con su particular conexión a Internet escribía sobre los saludables beneficios de estas masas madres y padres aportando toda clase de información hasta ahora desconocida. El precio evidentemente de estos panes fue ascendiendo, a ver qué nos vamos a creer... La gente no entendía nada pero se fue dejando llevar como ola que se mueve en el vasto mar. 

Estos sofisticados panes carentes del ingrediente principal, que viajaban por las calles de la mano de sus consumidores en sus indiscretas bolsas de compras, pronto repercutieron en el alquiler de las panaderías pues todo panadero que se preciase y con un mínimo de saber hacer quería tener su negocio presente en los sitios más concurridos de la ciudades y demás municipios, alterando así el precio del arrendamiento de los locales de alrededor, lo que incrementó, a su vez, de nuevo, el precio de los panes sin sal. Hubo gente que ya no pudo permitirse estas clases de nuevas variedades de pan, y este pasó a ser un lujo para quien lo pudiese pagar. Los menos agraciados de bolsillo tuvieron que contentarse con un pan deformado sin sal que se vendía en las tiendas corrientes de los suburbios.

Otros avispados, ante tal interés y especulación ofertaron clases de cómo hacer pan en tu propia casa y a vender máquinas para el hogar con el fin de que uno pudiese fabricar su propio pan, claro está sin sal, como un foodie en condiciones. Todo esto contribuyó aún más a alimentar esta vorágine, la gente que no tenía recursos económicos suficientes, esos con la cartera desavenida, tuvieron que irse, aún más lejos, a buscarse su propio pan. Otros tristemente sacrificaron el consumo del pan con tal de seguir viviendo en sus hogares de siempre.

Pero el gobierno, de este no, de aquel país, atendiendo exclusivamente a las nuevas posibilidades de esta nueva era del pan, estableció la forma de intercambiar nuestros panes con los de otros países bajo el pretexto de una cooperación y entendimiento entre naciones, una interesada hermandad bajo la que comercializar panes sin sal. Pronto llegaron panes de diversas partes del mundo y, para abaratar costes y con la excusa de hacerlo “asequible” al bolsillo de los viandantes, se establecieron políticas de recortes en las fábricas de pan que adulteraron no solo la materia prima sino los sueldos de las personas trabajadoras, haciendo que éstas terminasen currando por un chusco de pan. Y esto no tiene ni pizca de gracia.


María Reino






9/09/2023

Dama joven de Calpe




            Hace tiempo, una tarde en Calpe, mientras observaba cómo el vaivén de sus doradas aguas erosionaba los restos de los Baños de la Reina, vi de repente a una mujer, de piel blanca, pelo azabache con flequillo, caminando sobre el mar hacia mí. Su silueta era distinguida y vestía una túnica blanca sin mácula puesta a la manera griega, con unos pliegues que se adecuaban elegantemente a su figura. Era una mujer tan bella que embriagada en su hermosura me quedé contemplándola.

            Me contó que murió aquí, frente a la costa calpina, ahogada hace mucho tiempo. Venía de tierras lejanas y, según me relató, llegó a nuestras costas como víctima de una trata; había sido hecha esclava.

            Un día, unos extraños hombres, de aspecto bárbaro, la raptaron mientras paseaba tranquila por su aldea. Deseó morir desde que la embarcaron en un foráneo navío y vio su tierra alejarse. No recuerda muy bien cómo se ahogó, solo sabía que quería morir. No sabía nadar y antes de que el navío desembarcara en una nueva tierra, esta que Calpe ve, se tiró por la borda.

   Este hecho claro está causó una gran conmoción a bordo, un shock al ver saltar a una linda muchacha. Ella era tan hermosa, tenía una piel tan blanca que los demás daban por hecho que iría destinada a la casa de cualquier nuevo dueño rico y viviría como una reina, aunque en realidad terminaría siendo una esclava dando placer a su nuevo amo. En este desconocido destino iría ataviada con las mejores telas y engalanada con las más bellas joyas del lugar, pero esta joven se negaba a vivir el resto de su vida así y por eso se tiró al agua a sabiendas de que la muerte le aguardaba.

        Antes de dar su paso mortal, la pudo ver llamándola: “Ven, salta mi niña. Tú vendrás a mí y servirás a un propósito mayor, eterno, conmigo en la mar”. Ella, la joven helena, no lo dudó. Había sido despojada de su hogar y solo le esperaba el miedo en aquel mundo de otros humanos.

  “Salta a estas aguas azules y esmeraldas. Teñiré tu pelo de azabache y serás reina de las olas” le animó la muerte.

          Se zambulló en la mar y se convirtió en algo que ni ella misma hubiera soñado, ni en sus sueños más bellos lo hubiera imaginado. Pasó a formar parte de los seres que protegen, esos seres a los que llamamos elementales. Ella blanca se convirtió en un ser de agua. Su expresión serena, y un tanto fría, responde a su poder de observación. Cuida siempre de esta costa y por la noche vela por los marineros que se echan a la mar.

           Mantiene la belleza de este litoral y aunque apenas sonríe, es pura dulzura con los habitantes y seres que pueblan estas aguas y las rocas que forman esta costa calpina. Ella es algo introvertida y no le gusta que se le acerquen mucho, en su alma quedó impregnado el temor a ser secuestrada de nuevo, aunque esto ya no sería posible porque ella ya es parte de este lugar, como Calpe de ella. Lleva ya en esta orilla algo más de dos mil años. Ha visto de todo y quizá otro día pueda contarnos la historia de los seres humanos, estos que habitamos el planeta, desde su perspectiva, como una dama joven que con un gran amor nos contempla desde las aguas.

         Ella es feliz, encontró su sitio y aquí se quedó desde entonces. 


María Reino




Fotografías:
1. Baños de la Reina, yacimiento arqueológico, en Calpe (Alicante, España). 
2. Costa de Calpe (Alicante, España).




9/05/2023

La salamandrilla



        

        Una pequeña salamandra viene, sale a mi encuentro, me mira compasiva y atenta con sus ojillos. Quieta con sus tiesos dedos saca su lengüita y me indica que mío es el fuego y que a mí me pertenece, que ella representa el nuevo resurgir, el renacer de mi fuego resucitado, renacido de nuevo, y que es ahora cuando mi verdadero ser, de nuevo encarnado, se debe al mundo y a la naturaleza.

Ella, la salamandrilla, va limpiando los rincones de mi casa, aquellos que yo no veo, los más recónditos, y con su lengüita de fuego va abrasando y purificando mi hogar, aquellos lugares a los que yo no puedo acceder. Ella me dice que es mi compañera ahora y que estará conmigo una temporada. Pasado este tiempo, retornará a ese otro mundo en el que ella es dragón y su verdadero hogar son torres y cielos.

Antes de partir a ese otro mundo me cuenta que así somos todos antes de materializarnos, de hacernos materia, de empequeñecer, y me desvela que en realidad nuestro ser es grandioso y que si todos los seres encarnaran con el tamaño que en realidad somos, no habría planeta que nos pudiera acoger. Por eso el Ser mora en otro plano, en otro donde no valen las acotaciones del alto por ancho por largo. Sin embargo aquí, en este plano de tercera dimensión todos nos materializamos de forma reducida y esto para algunos seres es complicado, especialmente para aquellos que se deben al fuego, a este elemento sagrado que con sus llamaradas se expande y abrasa, que no puede ser constreñido. Son personas que suelen tener la piel seca, como tú, que se impacientan, como tú, que sienten una enorme ira ante injusticias e inmoralidades, como tú. Pero lo importante es saber manejar esa energía, hacer magia con ese fuego e ira y transformarla en belleza materializada, tal como hacía Hefestos en su fragua.


María Reino


Los amantes pez luna

  Cuenta la leyenda que, en alguna pequeña isla perdida del océano Pacífico, existieron dos jóvenes enamorados cuya sonrisa aún se puede vis...