9/16/2023

Panes sin sal




    Hace mucho tiempo existió un país en el que la sal dejó de formar parte del pan. Todo empezó cuando un buen día se corrió la voz de que la sal en el pan no era nada buena para la salud de las personas. No solo se apuntó a los efectos secundarios del consumo de la sal en pan, sino a los estragos que podía llegar a causar en el sistema sanitario de aquel país, la verdadera joya de la corona según su primer ministro. 

Pronto se hizo hincapié en el desuso de la sal en el pan denostando su consumo a través de los medios de comunicación, redes sociales y publicaciones con nombres científicos sonantes que vinieron a avalar “lo cierto” de estas aseveraciones hechas por el mismísimo ministro de sanidad. También se contrataron a personas anónimas para que predicaran en las comunidades de vecinos, terrazas de bar, parques y reuniones familiares rumores sobre otras consecuencias que el consumo de la sal en el pan podía llegar a causar, ya que por supuesto conocían a Fulano, Mengano o Futano y lo enfermo que se había puesto por tomar pan con sal, llegando incluso a estar hospitalizado varias semanas bajo un severo programa de desintoxicación. Estas historias de veras daban mucho juego, era sabroso material para difundir a través de whatsapps, mensajes y conversaciones de teléfono y portal.

Al principio la sociedad, sorprendida, se vio ante una avalancha de no saber qué hacer, porque por un lado era gente panera, es decir, no solo su dieta se basaba en pan, sino que además le encantaba, no solo por su gusto en las papilas gustativas, sino porque además, ya lo habían tomado sus padres, sus abuelos y todos sus ancestros. Esta situación les pilló a todos desprevenidos, y aunque reacios por prescindir de este ingrediente tan básico en su alimentación, porque qué es un pan sin sal, había mucha desconfianza sobre todo lo que se estaba diciendo y especulando con la sal en el pan. 

Las reacciones fueron de lo más variopintas. Hubo gente que vio verdaderos planes conspiranoicos detrás y otros, que por su cuenta enseguida renunciaron a este ingrediente, hasta ahora básico, del pan. Estos voluntarios fueron el desencadenante del siguiente paso. Después de estar un mes comiendo pan sin sal, dichos atrevidos se mostraron felices como perdices ante las cámaras de televisión y demás canales de Internet alegando que notaban cierta ligereza al haber mejorado su sistema circulatorio; su salud definitivamente había mejorado por no comer pan con sal. Sus testimonios no hicieron otra cosa que refrendar todas las publicaciones de sonantes y rimbombantes estudios científicos hechos en el extranjero por tal y cual laboratorio, y además fueron usados también como argumentos en los medios de comunicación que sonaban al unísono en todas las cadenas y medios informativos de, como coloquialmente se conoce, la caja tonta.

La gente, todavía incrédula, seguía comprando su pan como siempre, con sal, hasta que una mañana, cuando despertaron, las noticias arrancaron anunciando la muerte de un anciano que llevaba toda su vida consumiendo pan con sal. A partir de entonces, todos los días, las noticias se colmaban de gente que había muerto por el mismo motivo creando una alarma social que llevó al primer ministro a tomar medidas en el consumo. La gente sintió miedo y comenzó a comprar pan bajo en sal, por si acaso.

Los panaderos, ante esta situación alarmante en escalada, pegaron carteles en los escaparates de sus panaderías anunciando las ventas de sus panes bajos en sal, alguno sin sal y otros con ingredientes sustitutivos hasta ahora nada conocidos que prometían ser la panacea. Algunos llevaban chía, otros sésamo, otros semillas de calabaza, todo lo que fuese para hacer atractivo el pan y camuflar la falta del ingrediente básico: la sal; porque ¿qué es un pan sin sal?

Las noticias, los rumores, las publicaciones, las imágenes tremebundas sobre las "consecuencias" de la sal en el pan abrumaron a la sociedad de aquel país hasta tal punto que el primer ministro no tuvo más remedio que prohibir Dios mediante Real Decreto el consumo de la sal en el pan, ampliando estas restricciones, por supuesto, a la venta de la sal.

La gente de este país, estupefacta, acató sin más estas nuevas restricciones; al fin y al cabo era por su bien. No se ofreció otra alternativa y además, las penalizaciones por el uso de la sal llegaron a ser costosas, de miles de euros e incluso de penas de cárcel. Por todos lados, había policía asegurándose de que la población acataba las nuevas directrices en sus compras. Hubo algunos habitantes que vieron estas medidas ilógicas, absurdas además de servir de mecanismo para infundir miedo a la gente de aquel país. Este grupo fue calificado de rebelde, insurrecto y poco a poco fue, no solo apuntado con el dedo en sus respectivos vecindarios, lugares de trabajo e incluso núcleos familiares sino que paulatinamente fueron aislados bajo el cartel de los raros, los que no querían ver y no se atenían a la lógica, la razón: “la evidencia científica”; cuando en realidad estos cuantos solo intentaban dilucidar el uso de la sal de forma responsable sin paranoias. Pero esto no interesó en absoluto, no convenía, lo fácil fue la prohibición y señalar con el dedo acusador. Y fue así como estos pasaron a ser los negacionistas, los apestados, los bebelejías al uso, los apartados de la sociedad… viéndose obligados a replegarse a los bosques de las montañas donde realmente se sintieron refugiados.

El resto, la gran mayoría, consumió el pan sin sal, y aunque era obvio que este hecho apenó a la gente en mayor o menor grado porque les dejaba el estómago con una sensación así, como sin gracia, lo cierto es que estas personas fueron progresivamente sintiendo una tristeza y un vacío en su interior difícil de explicar. Los panaderos, consumidores también del pan, se percataron de este vacío al consumir durante un prolongado tiempo el pan sin sal, y emprendieron la creación de panes de todas las formas posibles, e imposibles también, usando diferentes harinas, decorándolos con diferentes y diversas semillas. Una loca carrera en la venta de estos panes que provocó, claro está, la subida del precio de algo tan básico: el pan. Triste, pero la creatividad quedó supeditada a enmascarar la carencia de su ingrediente principal: la sal. Incluso las bolsas de las panaderías se vendieron transparentes, para así desviar el vacío sintiente hacia un transitorio orgullo del consumidor por el pan comprado. Ingredientes que hacía tiempo habían caído en desuso hacía una o quizá dos generaciones se volvieron a utilizar. Regresó algo que llamaron y se parecía a la masa madre, e incluso apareció también algo que denominaron masa padre, y en la prensa aparecieron artículos que avalaban el uso de este tipo de masas en el consumo del pan, haciéndolo aún más auténtico. Como por arte de magia aparecieron bloggers, gente corriente que con su particular conexión a Internet escribía sobre los saludables beneficios de estas masas madres y padres aportando toda clase de información hasta ahora desconocida. El precio evidentemente de estos panes fue ascendiendo, a ver qué nos vamos a creer... La gente no entendía nada pero se fue dejando llevar como ola que se mueve en el vasto mar. 

Estos sofisticados panes carentes del ingrediente principal, que viajaban por las calles de la mano de sus consumidores en sus indiscretas bolsas de compras, pronto repercutieron en el alquiler de las panaderías pues todo panadero que se preciase y con un mínimo de saber hacer quería tener su negocio presente en los sitios más concurridos de la ciudades y demás municipios, alterando así el precio del arrendamiento de los locales de alrededor, lo que incrementó, a su vez, de nuevo, el precio de los panes sin sal. Hubo gente que ya no pudo permitirse estas clases de nuevas variedades de pan, y este pasó a ser un lujo para quien lo pudiese pagar. Los menos agraciados de bolsillo tuvieron que contentarse con un pan deformado sin sal que se vendía en las tiendas corrientes de los suburbios.

Otros avispados, ante tal interés y especulación ofertaron clases de cómo hacer pan en tu propia casa y a vender máquinas para el hogar con el fin de que uno pudiese fabricar su propio pan, claro está sin sal, como un foodie en condiciones. Todo esto contribuyó aún más a alimentar esta vorágine, la gente que no tenía recursos económicos suficientes, esos con la cartera desavenida, tuvieron que irse, aún más lejos, a buscarse su propio pan. Otros tristemente sacrificaron el consumo del pan con tal de seguir viviendo en sus hogares de siempre.

Pero el gobierno, de este no, de aquel país, atendiendo exclusivamente a las nuevas posibilidades de esta nueva era del pan, estableció la forma de intercambiar nuestros panes con los de otros países bajo el pretexto de una cooperación y entendimiento entre naciones, una interesada hermandad bajo la que comercializar panes sin sal. Pronto llegaron panes de diversas partes del mundo y, para abaratar costes y con la excusa de hacerlo “asequible” al bolsillo de los viandantes, se establecieron políticas de recortes en las fábricas de pan que adulteraron no solo la materia prima sino los sueldos de las personas trabajadoras, haciendo que éstas terminasen currando por un chusco de pan. Y esto no tiene ni pizca de gracia.


María Reino






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los amantes pez luna

  Cuenta la leyenda que, en alguna pequeña isla perdida del océano Pacífico, existieron dos jóvenes enamorados cuya sonrisa aún se puede vis...