9/05/2023

La salamandrilla



        

Una pequeña salamandra se aproxima, sale a mi encuentro, y me observa con ojos compasivos y atentos. Quietecita, con sus dedos rígidos, saca su lengüita y me indica que mío es el fuego y que a mí me pertenece, que ella simboliza el resurgir, el renacer de mi fuego resucitado y renacido, y que es ahora cuando mi verdadero ser, de nuevo encarnado, se debe al mundo y a la naturaleza. 

Ella, la salamandrilla, recorre mi casa, limpiando los rincones que yo no veo, los más recónditos. Con su lengüita de fuego, va abrasando y purificando mi hogar, aquellos lugares a los que yo no puedo acceder. Me dice que es mi compañera ahora, que estará conmigo durante un tiempo. Pasado este tiempo, retornará a ese otro mundo en el que ella es dragón y su verdadero hogar son torres y cielos.

Antes de partir, me cuenta que así somos todos antes de materializarnos, antes de convertirnos en materia, de empequeñecer. Me revela que, en realidad, nuestro ser es grandioso, y que si todos los seres encarnáramos con el tamaño que realmente somos, no habría planeta que pudiera acogernos. Por eso, el Ser mora en otro plano, uno donde no existen las limitaciones de alto, ancho o largo. Sin embargo, aquí, en este plano tridimensional, nos manifestamos de forma reducida, y esto, para algunos, es complicado. Especialmente para aquellos que se deben al fuego, a este elemento sagrado que se expande y abrasa con sus llamas, que no puede ser constreñido. Son seres con la piel seca, como tú, que se impacientan, como tú, que sienten una enorme ira ante injusticias e inmoralidades, como tú. Pero lo importante es saber manejar esa energía, transformar esa ira y fuego en magia, en belleza materializada, tal como hacía Hefestos en su fragua.


María Reino

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