Camino por un umbrío bosque en invierno. Los rayos del sol han templado este hábitat durante todo el día. La tarde está cayendo y, en su aquietado silencio, escucho un constante borboteo. Deseo conocer el origen de este acuoso rumor, así que continúo caminando hasta que, por fin, llego a la orilla de un lago del tamaño de un estanque, donde mi anhelo se sacia por completo.
Miro a mi alrededor y recuerdo que ya estuve aquí hace tiempo, y que en este lugar mora un hada. En medio del lago hay una fuente, causante del continuo borboteo. Observo ese maná de agua y comprendo que no es un artificio: es la misma hada del lago quien mana, pues ella es un ser de agua. Absorta en la contemplación, mi mirada llega a encontrarse con la suya. Tiene los ojos de un violeta intenso. Bajo mi mirada en señal de respeto; es lo adecuado. Aunque también está bien, al mirarla a los ojos, pedir un deseo. Y eso hago.
Sigo admirando su belleza, casi incrédula por poder presenciar la magia de un hada haciéndose agua. En ese maná su silueta se adivina, fluyendo en cada borboteo, en el interior de la fuente, y percibo que algo está a punto de acontecer. Alzo la vista y observo cómo el surtidor asciende, afinando sus partículas acuosas hasta casi a evanescerse y, justo antes de desaparecer, sorprendida veo a un silfo descender para encontrarse con el hada. Con ella, desea unión.
La abraza, la toma y asciende de nuevo con ella entre sus brazos. Y así comienzan a volar: él, tumbado sobre ella, sosteniéndola evanescente. Con su unión y su vuelo humedecen los distintos aires del mundo y, según de cómo él la abrace, el hada dejará nieve, lluvia, granizo, bruma… sobre la tierra. Y cuando ella se siente muy densa, él sabe que debe soltarla para que ella caiga y pueda regresar a tierra. Es entonces cuando ella muta en charco, y el silfo permanece a su alrededor como un remolino constante, girando sobre ella, admirando la belleza de la condición cambiante de su amada. Y cuando ella vuelve a borbotear, el silfo de nuevo la toma y con ella asciende a los cielos.
Su pasión es tal que, al viajar juntos, desestabilizan el vuelo de las aves al rozar las plumas de sus alas. Así continúan su travesía, urbi et orbi, recorriendo diferentes paisajes y tierras, entregando, según el silfo abrace a su hada, nieve, lluvia, granizo, bruma… a la tierra y a sus habitantes, hasta que deciden regresar al hogar de ella: el lago del bosque.
Y hasta aquí llega, por hoy, esta historia. Hay quien cuenta que el clima nació así, de la sagrada unión de este silfo con esta hada.
Os deseo un feliz 2026,
María Reino
La imagen está tomada del cuadro Herminia y Lisandro, del pintor británico John Simmons. Simmons, activo durante la época victoriana, se especializó en temas feéricos y llegó a ilustrar numerosas obras de Shakespeare.

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