1/29/2025

Las esmeraldas

 



Había una vez una pareja de jóvenes amerindios que decidió embarcarse en una nueva aventura: navegar en canoa por el río. Para el viaje, escogieron una embarcación que tenía el tamaño ideal para acomodar a los dos: ni muy grande ni muy pequeña, lo justo para sentir que estaban juntos pero sin estrecheces. Esta pareja estaba formada por dos individualidades, dos iguales, y cada uno llevaba su propio remo.

        Partieron muy entusiasmados de la ribera que bañaba la orilla de su poblado, remando de manera ordenada y coordinada, en completa sintonía. Pareciera que ya hubieran navegado juntos antes, pero no, era su primera vez.

        Fluían por el río tranquilamente cuando, de repente, vieron que más adelante tenían que atravesar una cueva. Al adentrarse, se asustaron: no podían verse debido a la oscuridad, cualquier movimiento en falso provocaría desestabilizarse y caerse de la canoa. Caer al agua en la oscuridad de una cueva no era lo más deseable. Así que, de manera instintiva, y al unísono, sintieron que lo mejor era mantenerse quietos y en silencio sobre la canoa, sosteniendo cada cual su remo, y dejarse llevar. Permanecer en quietud, entregarse al fluir de la corriente y confiar era lo más acertado que podían hacer en ese momento si querían atravesar juntos con éxito la oscuridad de la cueva. 

        No obstante, transitar por aquel interior les permitió desarrollar unos sentidos que muchas personas poseen pero que no utilizan. Cuando la oscuridad, la quietud y el silencio se alían, se abre la posibilidad de percibir al otro y el entorno de una manera más sutil, fomentando una escucha y una percepción más profunda. Darse cuenta de ello, y ponerlo en práctica, contribuye a ganar consciencia y sabiduría sobre uno mismo, el prójimo y la situación.

        Llegó el momento en el que esta pareja de enamorados salió de la cueva. Al principio, la luz les cegó y les llevó un tiempo acostumbrarse a la claridad. Después, ambos observaron que todo  cobraba más intensidad a la luz del día: los colores, las formas, los aromas, el canto de los pájaros…  Descubrieron una nueva dimensión de todo lo que les rodeaba y sintieron que la vida era aún más hermosa.

    Y así continuaron juntos, navegando de manera equilibrada, equitativa y alegre sobre la misma canoa y sin apenas esfuerzo; pareciera que llevaran toda la vida haciéndolo.

    Más adelante, río abajo, la pareja atravesó unas aguas de una tonalidad verde resplandeciente, menos profundas y cristalinas. Aquella visión era preciosa, un espectáculo de color, agua y luz que los dejó maravillados. Para su asombro, en el fondo del río ¡había esmeraldas! Durante un buen rato no pudieron apartar su mirada de esas piedras preciosas. Estaban magnetizados. Sin embargo, las esmeraldas estaban allí por algo en particular, tenían un para qué: conectar con su corazón. También, debían evitar cogerlas. Lo bello y lo bueno de la vida no están para ser poseídos, sino para ser admirados y sentidos en el alma; y desarrollar un sentimiento de agradecimiento es, además, de vital importancia.

    Esta pareja de aventureros disfrutó tanto de su experiencia que no dudó en repetir el mismo trayecto una y otra vez: partir de la orilla del pequeño poblado donde vivían junto a otros, atravesar la oscuridad de la cueva, salir de nuevo a luz para terminar navegando sobre el fondo de las tentadoras esmeraldas. Con el tiempo, adquirieron una especial destreza en recorrer juntos cada etapa del viaje, lo cual causó que su navegar en canoa fuera aún más estable y su unión más fuerte. En cada travesía, ambos tuvieron la oportunidad de conocerse un poco, o mucho, más y crecer juntos.

    Y un día, el Sol, por hacer de su aventura un arte, les premió. Y es que más allá del tramo de las esmeraldas existía una tierra muy fértil y próspera, ideal para cultivar. El Sol les regaló aquella tierra: un lugar donde construir su hogar, cálido y acogedor, lleno de vida. Un hogar donde reinaba el equilibro y la belleza alcanzaba su máxima expresión. Una tierra donde vivir juntos y ser felices para siempre. 

        Os deseo una productiva luna nueva en Acuario,

                                                                                        María Reino


Hoy, 29 de enero, tenemos una luna nueva muy especial: en Acuario. La luna nueva simboliza un nuevo comienzo y Acuario representa el cambio y la innovación. La luna nueva en Acuario de hoy te invita a alumbrar a un nuevo yo, el más esencial; dar a luz a la estrella que eres. 


    Despierta a la nueva realidad. Para ello, es necesario dejar morir lo antiguo, dejar atrás ese viejo yo regido por mandatos familiares y obsoletas creencias que te impiden ser tú mismo.


    Da la bienvenida con alegría a tu nuevo yo creativo y libre, tu yo más auténtico. Conecta con tu verdadero valor. Solo de ti depende, tuyo es el poder transformador. 


    Nacer, morir, renacer: el eterno ciclo de la vida. Es sabido que, para renacer a algo más grande, es necesario que algo muera primero. Nacer y morir comportan enormes sacrificios, pero ser valiente siempre es premiado.


    Para terminar os dejo con este poema de Rubén Darío:

Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.

1/14/2025

Destinos soñados

 


En aquella tierra ancestral de exóticas especias y espiritualidad, el aire cargado de su historia milenaria se amalgamaba con el humo de los penetrantes inciensos, las calcinaciones nauseabundas y los gases causados por la combustión de la contemporaneidad contaminante. Era diciembre y, pese a todo lo colorido que me rodeaba, no pude evitar sentir una amarga decepción por la incierta tonalidad de un cielo que se adivinaba azul. Tantas veces había soñado con viajar a esta cultura, tantos textos sagrados había aprendido de memoria, y mantras había recitado, que, al llegar y verme rodeada de miseria, de moscas verdes sobre la comida en los puestos y sobre la sonrisa de los niños, no pude evitar sentirme como el gris plomo que mal nutría mis pulmones. La constante neblina de la ciudad no era como la del valle que empapaba vides y ricas huertas en mi tierra; sino una capa lechosa, que asfixiaba e impedía imaginar.


Había una constante espesura que me penetraba por los orificios nasales, dejando un rastro de oscuro sedimento en mis vías respiratorias. La polución de aquel lugar se hacía carne, así me lo mostraba la viscosidad de mis esputos, y, junto a lo que había reprimido, me había provocado una carraspera.


Sentada en el avión de vuelta a casa, intentando aclarar mi voz con un brebaje caliente con sabor a té, fui consciente de que había entrado en aquella ensoñada civilización por la puerta equivocada. Mientras nos alzábamos a los cielos, triste contemplé Nueva Delhi. Mi naif ilusión de occidental había quedado esfumada en aquella capota tóxica y asesina que la cubría.



María Reino


1/05/2025

Volar

 



Observo a los pájaros volar y al humo desprenderse de las chimeneas, y me pregunto cómo saben qué dirección tomar en la vastedad del cielo. Aquí, abajo, en tierra, existen caminos y señales que te van indicando por dónde ir; pero allí arriba, no.


Si fuera pájaro o humo, ¿cómo me sentiría?, ¿cómo me pondría en movimiento?, ¿cómo decidiría hacia dónde dirigirme? Es obvio que hay algo que induce a las aves, y al humo, a desplazarse en un sentido o en otro, a elevarse o descender; y este algo es el aire: invisible, intangible y, a la vez, determinante. Pero si observas bien, sí que hay diferencia entre el movimiento del humo y las aves, a veces. El humo, una vez se escapa por la chimenea, se deja llevar por el aire sin más. Parece liberado. Se deja acariciar y envolver por el aire, entrando en una suave danza con él hasta desaparecer. Humo y aire se enlazan, se emparejan, y así comienzan su relación, haciéndose uno en la infinitud. Es el humo el que se deja llevar por el aire; es la esencia la que, una vez liberada de la materia tras la combustión, asciende y vuela al son de lo intangible: el aire. Y este mismo gesto, a veces, puede observarse también en los pájaros.


Es una delicia ver disfrutar a las aves cuando se dejan llevar por el aire. Solo tienen que desplegar sus alas y dejarse hacer; así de fácil es. Esta imagen puede reflejar la relación entre mi alma y mi espíritu. Mi alma, cuando despliega las alas, anhela dejarse sentir por mi espíritu en un vaivén etéreo, en una danza sublime en la que ambos se hacen uno en lo intangible.


Sin embargo, esta misma ave, cuando se desplaza con un propósito por el aire, no vuela dejándose arrastrar, ni llevar, sino que, aprovechando el elemento por el que se mueve, lo utiliza a su favor para mejor llegar a su destino. Hay una voluntad en el vuelo de esta ave, y no como en el humo, o el pájaro sin rumbo, que se deja llevar por mero placer.


La voluntad. Quizá sea esto. Lo volitivo, lo que realmente quieres de corazón, y, a veces, simplemente dejarte llevar, y otras, saber volar. 


Feliz Noche de Reyes hoy, feliz Epifanía mañana,


María Reino

El oso y las mariposas

  En cierto bosque, existen unas mariposas que, al batir juntas sus alas, forman una preciosa nube de color azul. Esta bandada de mariposas,...