Hace tiempo, en este proceso de desarrollar la narradora que llevo dentro de mí, un descubrimiento que nació al sumergirme en mi propio proceso biográfico, narré, ante un público adulto, un cuento africano: El ave mágica que hechizaba con su canto. Esta narración, al trabajarla, me aportó un valioso entendimiento. Además, coincidió con el hecho de que estaba terminando de leer el libro de La historia interminable de Michael Ende.
Del cuento africano, lo que más me impactó fue que un ave invasora, que llegaba a una tranquila y feliz aldea para esquilmar sus víveres y provisiones, cautivara a los adultos con un canto melódico y bello, un canto que «les hablaba de un pasado que nunca había de volver». Al reflexionar sobre el fin que este ave, calificada como mágica en el título, tenía al hacer que el pasado no volviera, la palabra «recuerdo» cobró un especial interés para mí. Este ave, con su canto, pretendía que el pasado, con sus recuerdos, no regresara, no se hiciera presente.
Desde que tenía doce años, cuando mi madre me compró el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares, no he dejado de buscar palabras en diccionarios. Aunque conozca su significado, me gusta releerlas, indagando aún más a través de su etimología, su origen, y siempre descubro algo nuevo, un hallazgo que en muchas ocasiones he sentido como mágico y revelador. Y es que la palabra recordar es, literalmente, «volver a pasar por el corazón», del latín re- (de nuevo) y -cordis (corazón). Y si no recuerdas, no vuelves a pasar por el corazón, con todo lo que eso implica.
Como mencioné antes, esta reflexión coincidió con el momento en que terminaba de leer el libro de Ende. En uno de sus capítulos finales, Doña Aiuola (uno de mis favoritos), leí que el protagonista, Bastian, «casi había gastado todos sus recuerdos y sin recuerdos no podía desear». Al leer esto, sentí un «¡uaaa!», esa sensación en el pecho que te surge cuando algo en tu interior hace un maravilloso clic, como si tu mirada se expandiera con asombro, divisando una nueva tierra en el horizonte tras navegar largo tiempo en el mar. ¡Imagina la vida sin poder recordar!
A partir de ese punto, la historia continúa: «Apenas era ya un ser humano, sino casi un fantasio» (refiriéndose a Bastian). Estar muerto en vida debe ser lo mismo que vivir como un fantasio, pensé. Fue entonces cuando comprendí la importancia de poder desear. Ahora entendía la relación entre recordar y desear.
Pero, como amante de la indagación que soy, no me detuve ahí. Continué preguntándome: sí, pero desear cómo, el qué. ¿Todo vale? Aquí, de nuevo, y con la ayuda de mis diccionarios, pude distinguir entre el deseo que conlleva ambición, codicia y sometimiento del otro, y el deseo de querer, imaginando, algo propio, algo que es solo para uno. Ese deseo que pedimos al soplar la vela de una tarta de cumpleaños, o al recibir el nuevo año, el deseo que se pide al soplar una pestaña que se ha desprendido de los acáis, o al exhalar tus deseos ante la aureola plumosa abundante en semillas del diente de león. Los «ojalás» que pronunciamos en nuestro interior al avistar estrellas fugaces en las despejadas noches, o cuando simplemente soñamos despiertos.
¿Y cuándo logra el jefe de la aldea acabar con el ave mágica del cuento africano? Cuando llama a los niños de la tribu, porque ellos sí que saben distinguir, con claridad, la verdad de lo que ven y oyen, como manifiesta el jefe en el cuento, y porque están en lo que tienen que estar. Es decir, el deseo no está solo conectado con los recuerdos, sino también con lo que está por venir, y al poner nuestra intención en lo que deseamos, nos conectamos con la «Verdadera Voluntad», tal como Michael Ende la describe. La verdadera voluntad que nos define como seres humanos, pero que al mismo tiempo nos individualiza; porque mi verdadera voluntad (lo que yo realmente quiero) no es la misma que la tuya. Y al conectar la intención que YO pongo en lo que YO deseo desde mi corazón, mientras lo imagino y sostengo el sentimiento que me produce, permito que algo se revele para mí, haciendo así que mis sueños se hagan realidad.
Para terminar, en el capítulo de Doña Aiuola sucede algo que para mí es muy bello, y lo tomo como la guinda de este pastel: cuando la Señora Aiuola invita a Bastian a la Casa del Cambio donde ella vive, con un canto que dice así:
“Gran señor, vuélvete niño!
Te esperamos con cariño.
No te quedes en la puerta:
¡para ti siempre está abierta!
Todo está ya preparado
Desde un remoto pasado”.
La historia interminable, Michael Ende.
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”.
Mateo 7:7,8
Que todos vuestros deseos se cumplan en el 2024.
Feliz año,
María Reino
Te esperamos con cariño.
No te quedes en la puerta:
¡para ti siempre está abierta!
Todo está ya preparado
Desde un remoto pasado”.
La historia interminable, Michael Ende.
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”.
Mateo 7:7,8
Que todos vuestros deseos se cumplan en el 2024.
Feliz año,
María Reino